domingo, 20 de diciembre de 2009

La casa del árbol

"Me voy a vivir a una casa en un árbol". Al oír esas palabras, sus mandíbulas casi tocaron el suelo. Su hijo pequeño se había levantado esa mañana resoluto, cargando hasta el jardín de atrás cajas de cartón que iba descomponiendo en tablas rectas. Sus padres lo miraban desde la ventana de la cocina con expresión alegre. Era un jovencito muy creativo, siempre estaba inventándose nuevos juegos y nunca pensaron cuál sería la finalidad de tanto ajetreo de cartones y tablas de madera.

- ¿Cómo que te vas a una casa en el árbol? - le preguntó su padre perplejo.
- Papá, tengo ya 8 años y creo que es hora de que os acostumbréis a vivir sin mí - le explicó Diego sin titubear, con una firmeza pasmosa.

Su padre apenas pudo pronunciar palabra, Diego recogió de la cocina algunas "herramientas" que consideraba necesarias para la construcción de su nueva casa y continuó con su obra. Así estuvo durante varios días, hasta que por fin, su pequeña casita en el árbol estuvo terminada. Sus padres habían decidido en todo ese tiempo que dejarían que Diego obrase con libertad pues estaba seguros de que sólo sería una locura de niño pequeño, sin embargo todas esas creencias se esfumaron cuando vieron a su pequeño cargar con una mochila con ropa en dirección a la casa del árbol.

- Cariño, ¿a dónde vas? - le preguntó su madre preocupada.
- Mamá, ya os lo dije: me voy a vivir a una casa en un árbol... eso sí, volveré a casa para ducharme, que aun no he podido conectar unas tuberías que lleguen hasta aquí.

Su madre soltó una carcajada nerviosa. Su hijo la miraba serio y convencido de lo que estaba a punto de hacer. Nunca en su vida había visto a su hijo con aquella expresión de persona adulta.

-No te preocupes mamá, no estoy lejos, puedes venir a verme siempre que quieras.

Y diciendo esas palabras subió a su nuevo hogar, a su casa en el árbol.



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